domingo, 28 de junio de 2009

A quien madruga...

Son apenas las cinco de la mañana cuando empiezo este post. Hace más de un mes que he tomado la costumbre de levantarme un par de horas o tres antes de lo que solía hacerlo. ¿Para qué someter al cuerpo a semejante madrugón? Para tener más tiempo libre, ni más ni menos.

Quizás mis biorritmos han ido cambiando con los días pero la verdad es que antes yo no era persona hasta después de comer. A partir de entonces me venían las ganas de arrancar esa moto interior que todos llevamos dentro. Pero no sé si por causa del trabajo o de la vida en sí, últimamente me desvelaba sobre las cuatro o las cinco de la mañana y ya no había manera de volver a conciliar el sueño, yo, que he sido una marmota toda la vida. Al principio me quedaba en la cama, retozando, a ver si por arte de magia el sueño regresaba, pero lo único que conseguía a veces era quedarme semidormida y despertarme con un dolor de cabeza horrible. Por eso decidí levantarme y hacer cosas.

A las cuatro o las cinco de la mañana no hay muchas cosas que se puedan hacer, la verdad. Hay más personas en casa y están los vecinos. No puedes dedicarte a hacer tareas del hogar porque hacen ruido, pero puedes leer y, sobre todo, puedes escribir. Yo pensaba que mi cuerpo no estaba preparado para funcionar a estas horas pero lo cierto es que sí. No sólo estoy preparada sino que me siento mejor levantándome a las cuatro y media que a las siete. Y acostándome a la misma hora.

Ahora plantéate la situación: las cuatro o las cinco de la mañana, el silencio matinal, una taza de café y más de dos horas para hacer lo que más te guste hacer. Y luego una ducha y a trabajar. Cuando llego a la oficina ya me he dedicado un buen rato a mí misma, lo que aligera esa sensación de frustración con la que salimos muchos de casa, ¿cuántas veces no has llegado al curro pensando en las cosas que harías si pudieras estar en casa?. Ahora no es que esté encantada pero al menos ya he llenado un poco ese vacío existencial que supone trabajar para otro por mil euros al mes.

En fin. No sé dónde ni cuándo pero alguna vez leí que nuestro cuerpo nos habla; no sé tampoco cuál fue el momento exacto en que el mío decidió cambiar mis hábitos de sueño ni por qué pero creo que he salido ganando con el cambio. Son las 5 y 40 minutos y he escrito este post con la lucidez que antes me costaba medio día encontrar. ¿Será esa la ayuda divina de la que habla nuestro refranero?

4 comentarios:

  1. Vamos a ver: ¿a qué hora te acuestas? Yo lo que he descubierto es que aún que mi chiquitín me despierta, no voy al trabajo con aquel sueño que parece que no has dormido en dos días como me pasaba antes. Eso sí, me sigo levantando a la misma hora que antes, pero duermo menos y me siento más descansado. ¿Eso cómo se come?

    ResponderEliminar
  2. Cuando yo trabajaba (… la prehistoria), empezaba a las 9 y sobre las 7 y cuarto ya andaba despierta. Me daba tiempo a desayunar tranquilamente ojeando internet (correo, noticias, …), de poner la lavadora, el lavavajillas, y de arreglarme, por supuesto.
    Empiezas el día de otra manera. Y así, cuando vuelves a casa, no tienes la sensación de que te toca empezar otra jornada desde cero

    ResponderEliminar
  3. A mí es que me da por vivir al revés. Me acuesto tarde haciendo algo que me gusta (aunque sea ver la tele), y por la mañana muerdo el polvo en el trabajo.
    ¿Eso vale?

    PD: Por cierto, yo ya te tengo en mi blogroll…explica bien qué significa eso de la campaña…

    ResponderEliminar
  4. Yo hace tiempo que practico el madrugón. Y parece mentira lo inspirado que está uno a estas horas. Es robarle un poco de tiempo al sueño y al descanso, pero merece la pena para ir avanzando cosas.
    Me pongo a mis lápices,
    Saludos

    ResponderEliminar